La palabra pandemia, se popularizó en los largos y tediosos meses de aislamiento obligatorio social y preventivo en este 2020 a nivel planetario, debido a la irrupción del Covid-19, la sexta pandemia desde la Gripe de 1918.
El término se naturalizó casi tanto como el uso de la mascarilla o barbijo, como si supiéramos que viviremos en estado de pandemia. Como si intuyéramos que cuando salgamos de ésta, aparecerán otras nuevas. El Covid-19 cambió nuestros hábitos, nuestras formas de relacionarnos y la naturaleza social y física de nuestros encuentros.
Hace cuatro años, la Asamblea Mundial de la Salud de la OMS (Organización Mundial de la Salud) establecía el Plan de I + D (Investigación y Desarrollo), donde anunciaba una lista prioritaria de los patógenos que más amenazan la salud mundial.
Se mencionaba el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés), al igual que el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), Nipah, ébola, sika y otras enfermedades raras pero graves causadas por virus epidémicos.
Las pandemias surgen cuando un microorganismo como el virus del Covid-19 afecta a las poblaciones de varios países en forma simultánea. Esa misma lógica aplicada a la mayoría de las pandemias como la gripe española, el VIH / SIDA, hicieron estragos en millones de personas, marcando hitos que quedarán grabados en el ADN social. De eso no hay dudas, la evidencia es concluyente.
Los expertos coinciden en que las pandemias serán peores en el planeta si no se transforman los sistemas de producción y los estilos de vida consumistas hacia otros más sostenibles. Así lo afirma el Dr. Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance y presidente del Taller de IPBES . «Las mismas actividades humanas que impulsan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad generan riesgo de pandemia a través de sus impactos en nuestro ambiente».
Pero ¿por qué es más fácil describir una lista prioritaria de patógenos que amenazarán la salud mundial y para los cuales no hay vacunas, ni medicamentos, que realizar transformaciones en los sistemas de producción y estilos de vida consumistas?
El cóctel de actividades humanas con alto impacto ambiental y social es amplio y complejo. Desde el uso de la tierra, la expansión e intensificación de la agricultura, los cultivos industriales donde se utilizan dantescas cantidades de plaguicidas que dañan la salud y el ambiente, hasta las industrias contaminantes sin un correcto manejo de los residuos que producen.
La desaparición de superficies con ecosistemas de alta biodiversidad, y los estilos de vida con hiper consumos de energía, es un problema a considerar. “De poco valdrá la urgente y necesaria lucha contra el cambio climático si no se detiene la destrucción de ambientes nativos biodiversos y no se adopta una convención sobre estilos de vida”, advierte Raúl Montenegro, biólogo y ambientalista, desde el Campus Córdoba del Right Livelihood College (RLC) en Argentina.
Cabe mencionar también los crecientes problemas de acceso al agua y la destrucción de las cuencas hídricas, sumado a la deforestación, la sequía, los incendios intencionales y la contaminación del aire en las grandes urbes.
Estos son algunos de los problemas que se agravarán en el futuro cercano, si no cambiamos los sistemas de producción y consumo. Es la pandemia ambiental que nos socava nuestra posibilidad de seguir transitando como seres humanos libres en este planeta.
La pandemia del Covid-19 nos hizo tomar conciencia de la vulnerabilidad que tenemos como especie ante los diminutos pero potentes virus que amenazan con jaquear nuestra existencia en pocas semanas.
El Covid-19 es uno, pero existen otros 1,7 millones de virus actualmente «no descubiertos» que viven en mamíferos y aves, de los cuales hasta 850.000 podrían tener la capacidad de infectar a los seres humanos.
Los expertos sostienen que aunque tiene sus orígenes en microbios transportados por animales, como todas las anteriores, su aparición fue impulsada enteramente por actividades humanas.
Las pandemias son guerras silenciosas pero efectivas a la hora de poner en riesgo a la especie humana. Peter Daszak advierte e insiste que su riesgo aumenta rápidamente, con más de cinco nuevas enfermedades surgidas en las personas cada año.
Los expertos acuerdan en que el riesgo de amenazas mundiales a la salud pública puede reducirse significativamente, si conseguimos disminuir las actividades humanas que impulsan la pérdida de biodiversidad, promoviendo la conservación de las áreas protegidas, y reduciendo la explotación insostenible.
De esa manera se puede incidir en el contacto entre animales y humanos, y ayudar a prevenir la propagación de nuevas enfermedades.
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