El consumo consciente de ropa es un desafío que nos enfrenta a indagaciones que van más allá de si la prenda te sirve como vestimenta o abrigo, es estéticamente bella, o si te brinda el estilo con el cual te quieres definir.
Antes que decidirte a tener un nuevo modelo sería interesante preguntarse: ¿por qué voy a comprarla? La necesito realmente, la compro porque quiero renovar mi placard, porque quiero estar a la moda, por simple impulso de comprar?.
¿O también lo hago para apoyar la producción local, el comercio justo y a los emprendedores que trabajan con valores sostenibles?
La industria de la moda es la segunda industria más contaminante del planeta después de la de petróleo, porque produce más emisiones de carbono que el emitido por todos los vuelos aéreos y transportes marítimos internacionales juntos.
Así lo advierte un estudio presentado en la Conferencia de la Organización de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). El impacto ambiental y el alto costo de la moda es mucho más caro que el precio que pagamos por ella, agrega el informe.
La que lleva el primer puesto es la industria petrolera siendo la más contaminante del Planeta. Según un informe publicado por la organización ambientalista Greenpeace y el Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio (CREA), la contaminación del aire por la quema de combustibles fósiles de petróleo, carbón y gas, está detrás de unas 4,5 millones de muertes anuales en el mundo.
Después de la industria petrolera le siguen entre las más contaminantes la industria de la moda, la ganadería, la minería y la agricultura intensiva.
Lo primero además de ver, tocar y probar, es leer el marbete de la etiqueta. La información referida a conocer con qué materiales se elaboró, así como el proceso de producción de la misma es fundamental a la hora de comprar indumentaria con criterios sostenibles. Conocer con qué materiales se confeccionó la prenda que elegimos, es clave.
Hablando de materiales, por ejemplo, el poliéster es un derivado del petróleo, consume mucha energía pero paradójicamente permite el reciclado en su totalidad. Para los amantes del 100 por ciento cotton, el algodón orgánico es un material noble, suave y terso, pero hay que indagar sobre las condiciones de trabajo de las costureras que confeccionaron esa prenda.
En el caso del denim, se tiñe con sustancias químicas contaminantes, como insecticidas, por lo cual la sostenibilidad queda en jaque.
Hay que evitar consumir prendas que se tiñieron con materiales pesados como el plomo, por ejemplo. Así también las elaboradas con nonilfenoles existentes en los jabones utilizados para lavar los tejidos, porque se almacenan en el organismo, afectando el desarrollo a nivel reproductivo de los niños, según la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos.
Los PFC, son productos químicos polifluorados y perfluorados, utilizados para confeccionar prendas que repelen el agua. Según este mismo organismo además son disruptores orgánicos, es decir, interfieren en el correcto funcionamiento del sistema hormonal, pudiendo producir problemas reproductivos, defectos del nacimiento y daños en el metabolismo.
Los formaldehídos se utilizan para que no proliferen los hongos en el transporte de las prendas y para que tengan un aspecto de planchadas. La Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) tiene clasificado al formaldehído como cancerígeno en los seres humanos. La exposición prolongada a esta sustancia química puede provocar tos, náuseas, ardor en la garganta, nariz y ojos, e irritación en la piel.
Indagar por los inicios de la creación de la prenda, es la pregunta obligada planteada por el movimiento Who Made my Clothes, surgido en 2013 tras el derrumbe del Rana Plaza en Blangladesh.
Si existe mercadería hecha con trabajo esclavo o muy mal pago, comprarla es de alguna manera avalar indirectamente esas condiciones de producción explotativas. Es decir el criterio de trabajo digno está presente en el consumo responsable.
Otro aspecto a tener en cuenta es que las prendas de una marca estén dentro de la lógica de la economía circular, es decir, que en todos los circuitos de la producción y el consumo los residuos se reinserten en el ciclo. O lo que es lo mismo, que los materiales con los que se elaboró la prenda se pueden reciclar o devolver a la naturaleza sin generar contaminación.
Los especialistas recomiendan también evitar comprar impulsivamente, o adquirir prendas de mala calidad donde la durabilidad es baja y se terminan desechando rápidamente. La Fundación Ellen McArthur, advierte que se producen 53 millones de toneladas de ropa, de las cuales el 73 por ciento se convierte en residuos que se incineran o terminan en vertederos.
Otro tema a considerar es la conservación de los recursos naturales del entorno donde se producen y diseñan las prendas. Hay que considerar la huella hídrica que se produce cuando se fabrica ropa, es decir, la cantidad de agua dulce utilizada en la fabricación o producción de determinado producto.
Por ejemplo para fabricar solo un vaquero se requiere entre 3 mil y 10 mil litros de agua, una camiseta de algodón lleva 2 mil litros de agua, o en la elaboración de un par de botas de cuero se emplean unos 25 mil litros de agua.
Ser conscientes de la huella ecológica que dejamos con nuestro consumo es una variable importante a tener en cuenta si queremos tener un consumo responsable de la ropa que compramos. Más aún si consideramos que el incremento de la demanda mundial de bienes de consumo impacta en una mayor explotación de nuestros recursos naturales limitados.
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