La demanda de madera balsa para la producción de aspas de generadores de energía eólica llevó a una gran deforestación en la selva de Ecuador.
Las producción de energías verdes representan el futuro sustentable. Con ellas, se reducen las emisiones de carbono hacia la atmósfera en generación y consumo. Pero, a veces su producción tiene un impacto ambiental severo.
Ecuador fue testigo de ello hace unos meses, cuando frenó la fiebre extractivista de madera balsa. Esta materia prima, extraída del árbol homónimo, se utiliza para la producción de aspas de las turbinas de los molinos que generan energía eólica.
Inversores chinos fueron los que impulsaron la demanda de madera balsa en Ecuador. La zona más afectada por la deforestación fue Pastaza, que se encuentra en el corazón de selva amazónica, donde hay abundancia de estos árboles.
Organizaciones del tercer sector denuncian que el daño ambiental ocasionado fue grave. No solo para la densidad de árboles de balsa en el Amazonas, sino también para la preservación de especies animales y comunidades originarias que habitan en la región.
Según cuentan responsables de la Fundación Pachamama, la fiebre extractivista de la balsa tuvo su pico entre 2019 y 2020. Esto generó que el precio de esta materia prima se triplicara y muchos pobladores locales permitieron la tala por beneficiarse económicamente.
Actualmente, según datos de esta organización, se pagan entre 10 y 12 dólares para obtener una pieza de madera balsa de un metro y medio. Como en todo, existe un mercado legal y certificado de comercio de esta materia prima, y otro ilegal o paralelo.
Este último, indican desde la fundación, fue el que más creció en 2020. El principal problema fue la reducción de controles por parte del Estado sobre la actividad forestal por la pandemia de coronavirus.
El árbol de balsa es de crecimiento rápido. Un brote de esta planta puede demorar hasta cuatro años en alcanzar los 20 metros, por lo que si se realizara un manejo responsable sobre la tala de especie no sería un problema ambiental.
Las complicaciones se dan cuando la deforestación es masiva, como la ocurrida en los últimos años. El extractivismo desmedido genera, además, que se arrasen con otras especies de árboles por el desconocimiento de técnicas apropiadas para el trabajo.
La producción de madera balsa llevó a Ecuador a tener problemas sociales. Desde el tercer sector aseguran que hay comunidades originarias divididas en lo que respecta al trabajo con la explotación del bosque.
Además, el comercio no es del todo justo. A los trabajadores se les paga por las tareas que realizan, pero en un marco de pobreza no hay mucha capacidad de negociación. Por otro lado, muchos jóvenes se vieron con dinero en sus bolsillos de golpe y denuncian un crecimiento de alcoholismo y drogadicción en esta franja de la población.
Desde la Fundación Pachamama alertan que los comerciantes de balsa intentan avanzar sobre el territorio de la comunidad Sápara, cuya etnia ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que está constituida por 350 personas.
China, Europa y Estados Unidos son los principales clientes de los productores ecuatorianos de madera balsa, que crece en bosques tropicales que se encuentran entre los 300 y 1.000 metros sobre el nivel del mar.
Un árbol de balsa puede llegar a medir hasta 30 metros y no vive más de siete años. Lo que se obtiene es una madera muy liviana que se utiliza para producir las aspas que mueven a los generadores de energía eólicos.
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