Diariamente llevamos a cabo acciones que nos parecen triviales pero debajo de las cuales pueden esconderse otras cosas. Por ello es que a veces hay que tener más cuidado y no ignorar que ciertas repeticiones son un síntoma de algo más.
La realidad puede ser o bien asombrosa, o bien terrorífica, incluso puede llegar a paralizarnos. En muy pocas ocasiones nuestros deseos se ven satisfechos, y por esa razón solemos fantasear con hallarnos en otro sitio, a veces uno muy distante. El embrutecimiento natural al que nos conducen la rutina y el tedio no pueden, por lo tanto, adormecer nuestra facultad de imaginar.
Pareciera como si uno de los alicientes más efectivos para llevar adelante nuestra existencia fuera la posibilidad de tener otra vida. En cierto modo, sentimos que no hemos sido bendecidos, como aquellos que envidiamos en las redes sociales, con una vida perfecta y carente de preocupaciones. Esto plantea una falsa dicotomía entre aquellos que son felices sin mayor esfuerzo, y nosotros, quienes padecemos las 24 horas del día para obtener apenas un poco de felicidad de vez en cuando.
Tener sueños diurnos sobre otras vidas posibles no es, en sí mismo, algo malo. No podemos pasarnos todo el día atados exclusivamente a los hechos tal como se nos dan, sin darles ese sazón que solamente proporciona la imaginación. Pero esto puede convertirse en un serio problema si consume más energía de la necesaria, pues dejaríamos de estar funcionalmente presentes en la realidad concreta y seríamos incapaces de realizar los actos más comunes.
Una consecuencia alarmante tras el encierro: la fantasía compulsiva
No se sabe aún a ciencia cierta cómo es que algunas personas terminan desarrollando un trastorno de este tipo, aunque se sospecha que la pandemia, a partir del confinamiento obligatorio y su consecuente aislamiento, ha sido un factor clave para lo que se conoce como “maladaptive daydreaming” o trastorno de fantasía compulsivo.
En términos científicos, los investigadores lo han dejado de considerar un síntoma asociado al trastorno por déficit de atención con hiperactividad, y ha pasado a ser un trastorno psiquiátrico con características propias.
La diferencia más importante entre el TDAH y el trastorno de fantasía compulsiva consiste en que el primero puede provocar un severo distanciamiento de la realidad pero en virtud de una excesiva atención a ciertos objetos o experiencias reales, mientras que el segundo no tiene anclaje en la realidad, es decir, se trata de experiencias cuyos soportes son exclusivamente imaginarios.
Cabe señalar que no se trata en estos casos de ensueños de corta duración: no es cuestión de patologizar los sueños diurnos, que si bien pueden provocar algún déficit de atención, no es algo para nada grave.
Por otra parte, la literatura psiquiátrica no ha agotado el tema del trastorno de fantasía compulsivo, y hay mucho por hacer. Los primeros estudios, sin embargo, han servido para ir delimitando la sintomatología de este malestar que en algunos casos puede llegar a ser discapacitante, pues puede entorpecer el curso normal de la vida.