Las semillas son saludables y enriquecen nuestra dieta. Pero, ¿sabías que si no están activadas su aporte nutricional no es el mismo?
Cuando decimos «activar» parece que nos referimos a encender la semilla con alguna especie de interruptor ¡o pedirle que se despierte! Y esto último más o menos es así, porque todas las semillas son pequeñas cápsulas con todo el potencial nutritivo de una futura planta, pero guardado dentro de una capa protectora que las mantiene en un cierto grado de hibernación. Por eso, siempre es mejor activarlas antes de comerlas.
Cuando hablamos de semillas no nos referimos únicamente a las más conocidas -como las de sésamo, lino o chía-, sino también a los frutos secos y las legumbres. Las plantas que dan estas semillas se aseguran de que queden protegidas hasta que se den las condiciones naturales para que esa semilla germine y se transforme en una nueva planta.
En casi todos los casos, las semillas están protegidas por cápsulas. Las legumbres en vainas, los frutos secos en carozos o huesos, las pipas en cáscaras y los cereales en capas de celulosa. Todas cumplen la función de asegurar que esa semilla sobreviva hasta que pueda germinar.
Pero esas son solo las primeras capas. Adentro existen otros modos en que la semilla se protege y que también debemos eliminar porque nuestro organismo no lo necesita. Y por suerte es muy fácil hacerlo.
Además de las barreras físicas, las semillas tienen una barrera química que las resguarda de la germinación si están en un ambiente poco favorable. Esas barreras se denominan antinutrientes porque si las consumimos no aprovechamos todo el potencial de minerales, vitaminas y proteínas de este alimento.
Entonces, ¿qué podemos hacer? Aquí viene la parte más fácil: simplemente debemos poner las semillas en remojo para que los inhibidores enzimáticos queden en el agua y nosotros nos quedemos con la semilla activada y lista para llenarnos de sus nutrientes.
En algunos tipos de semillas, la activación es mejor tostándolas en sartén, revolviendo apenas unos minutos.
Como decíamos, es muy fácil activar las semillas y eliminar sus antinutrientes solo colocándolas en remojo con abundante agua. Además, activándolas mejoraremos su digestibilidad.
La cantidad de agua debe ser la misma que la de semillas, así que lo ideal es colocar en un cuenco partes iguales de cada una.
De acuerdo al tamaño de la semilla será la cantidad de horas que deban estar en remojo. Cuanto más grande sea, más tiempo llevará. Por eso, para las semillas chicas con cuatro horas es suficiente; las más grandes necesitan un mínimo de ocho horas.
Pero el tiempo no es tan riguroso, la manera más cómoda de hacerlo es dejándolas en remojo toda la noche. Luego se debe desechar el agua y enjuagarlas bien.
Hay semillas como el lino o la chía que al entrar en contacto con el agua generan una gelatina mucilaginosa. Esta es buena para el estreñimiento, pero si no la queremos simplemente tenemos que triturar las semillas con un molinillo de café o en un mixer. De esa manera, rompemos la semilla y obtenemos su interior, que es lo que nos interesa.
Las semillas de sésamo son también otro caso y es mejor tostarlas para activarlas. Para eso, debemos hacerlo en una sartén, moviéndolas todo el tiempo durante unos cinco minutos. Notaremos que empiezan a desprender su aroma. Eso es indicativo de que ya están listas para consumir.
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