La producción de aceite de palma es la responsable de la deforestación en Indonesia, que genera graves problemas sociales y ambientales.
Desde hace años, las plantaciones para la extracción de aceite de palma son la principal causa de la deforestación que avanza en el Sudeste Asiático y América Latina. Las comunidades de Indonesia son unas de las grandes perjudicadas por el avance de esta agroindustria, que principalmente se sostiene con recursos naturales claves.
El aceite de palma es utilizado principalmente en la industria alimenticia como ingrediente base de la mayoría de los productos que compramos en los supermercados. Los dulces y el pan son algunos ejemplos. También, el aceite de palma se utiliza para productos de cosmética y limpieza, y como biocombustible. Se trata del aceite vegetal más rentable y versátil.
Indonesia y Malasia producen más del 80% del aceite de palma que se consume en el mundo. Este aceite se obtiene del fruto de la palma aceitera. Por dar un ejemplo de su uso, de las 7,7 millones de toneladas de aceite de palma importadas por la Unión Europea en 2017, el 61% se utilizó en la generación de energía (51% para producir biocombustibles, y 10% para electricidad y calor) y el 39% restante en alimentos, piensos y productos químicos, de acuerdo a los datos de la organización Salva la Selva y de OILWORLD, Transport & Environment.
Deforestación, fuego y pobreza en Indonesia
La organización Greenpeace destaca que la producción de aceite de palma afecta el hábitat de la enorme biodiversidad de la selva del Sudeste Asiático. En la lista de flora amenazadas se encuentra la rafflesia gigante. Y entre las 500 especies de mamíferos que habitan estas selvas se encuentran el orangután, el rinoceronte de Sumatra y Java y más de 1.600 especies de aves.
Según Greenpeace, Indonesia perdió la cuarta parte de sus bosques en los últimos 25 años. Durante la década de los 2000, fue el tercer país emisor de gases de efecto invernadero por la quema de la selva.
Durante 2015, los incendios forestales en Indonesia fueron arrasadores. Unos 130.000 focos afectaron el área de turba, generando problemas de visibilidad, comunicaciones y vuelos. Esta práctica se utiliza para limpiar el terreno donde irán las plantaciones de palma. Al quemar la turba, se liberan grandes cantidades de carbono a la atmósfera.
La peor consecuencia de las llamas para los habitantes del país fueron las muertes prematuras por problemas respiratorios. Desde las universidades de Harvard y Columbia estimaron unas 100.000 mil muertes en 2016 a causa del humo de las llamas.
Este fue un punto de inflexión en la realidad del país asiático y las buenas noticias parecen empezar a llegar de a poco. Según un informe divulgado por Global Forest Watch, dependiente del Instituto de Recursos Mundiales con sede en Washington, la pérdida de bosque se redujo por tercer año consecutivo en Indonesia.
Esto obedece a nuevas medidas que introdujo el gobierno indonesio luego de los incendios de 2015, aunque todavía no alcanza para frenar la destrucción que provoca la industria de aceite de palma. En 2019, nuevamente los incendios fueron devastadores.
El daño social del aceite de palma
El desmonte y los incendios provocados por la industria del aceite de palma no sólo afectan a la biodiversidad de la selva. Miles de personas ven sus vidas alteradas y afectadas a consecuencia de todos estos cambios.
Rukam, un pueblo de 1.200 habitantes asentado a orillas del río Batang Hari, es una muestra de esto. En 2002, sus habitantes vendieron sus tierras a una empresa que se dedica a producir aceite de palma. Hoy, las consecuencias de la intervención de la turba y la selva están a la vista.
La empresa PT Erasakti Wira Forestama les compró a los habitantes de Rukam 2.300 hectáreas por 55.000 euros. Toda esta tierra, turba y selva fue arrasada para darle lugar a la plantación de palmas. Para “limpiar” la tierra para el cultivo de palma se recurre a técnicas de tala y quema.
Luego de la limpieza, comenzó el drenaje del río y el cambio de su curso para poder abastecer de agua a las plantaciones. La llegada de la industria del aceite de palma transformó la vida de los vecinos, a quienes ahora hasta se les dificulta el acceso al agua.
Para peor, en 2009 la empresa PT Erasakti Wira Forestama construyó una represa para evitar que se inundara la plantación. El agua que no llega a los cultivos cuando llueve, inunda las viviendas de los vecinos de Rukam.
Río sin peces
El dinero que recibieron los vecinos se esfumó rápidamente. Para 2018, 366 de las 494 familias que habitaban Rukam eran pobres.
Rukam era un pueblo de pescadores, pero hoy su río prácticamente ya no tiene peces y sus habitantes no encuentran sustento. Apenas quedan unos 53 pescadores. La única salida laboral que tienen hoy los habitantes de Rukam es trabajar en la plantación para la producción de aceite de palma.
Los conflictos con los pobladores donde se instalan las plantaciones de palmas son habituales y las consecuencias están a la vista. En general, los productores toman tierras que pertenecen a comunidades nativas o las compran a muy bajo precio, engañando a sus dueños.
Producción ecológica, la posible solución
Para muchos especialistas, la solución a estos problemas ambientales y sociales que traen las plantaciones de palma no es prohibir su cultivo, ya que muchos productos dependen del aceite de palma.
La salida parece estar en mejorar la productividad de las plantaciones de palma ya existentes. La idea es utilizar una variedad de palma que rinde mejor en la cosecha sin la necesidad de mayor cantidad de tierras. También se está buscando transformar la industria y hacer que se utilicen menos químicos y pesticidas.
Los consumidores pueden también hacer un gran aporte para que el mercado del aceite de palma cambie. ¿Cómo? Adquiriendo sólo productos con sellos que certifican que este producto se realizó sin deforestar y respetando leyes ambientales.
Pero apenas el 20% de la producción de aceite de palma está certificada. El consumo responsable puede ser la clave para que este modo productivo, devastador de nuestras selvas, cambie. Sin duda, la mayor solución a este problema se encuentra siempre en el mismo factor común clave: la reducción de nuestro consumo.
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