Durante muchos años, la ciencia consideró que los animales carecían de inteligencia. Pero en las últimas décadas el paradigma cambió.
La inteligencia animal viene siendo estudiada por científicos en las últimas décadas. Para ello, hubo que derribar concepciones establecidas respecto a que los animales actuaban solo por instinto y no tenía capacidad para procesar información o sentir.
Probablemente, la primera científica que abrió el camino los estudios sobre comportamiento animal desde otra óptica fue la inglesa Jane Goodall. A comienzos de los años 60, la reconocida etóloga especialista en primates se instaló en Tanzania, África, para estudiar a los chimpancés.
En vez de asignarles números a los chimpancés, Goodall les puso nombres. Y comenzó a convivir con ellos para que la incorporasen como parte de su comunidad. Solo de esta manera pudo observar comportamientos que, hasta entonces, se desconocían.
Descubrió que los chimpancés tienen un amplio espectro de habilidades cognitivas. Por ejemplo, fabrican herramientas para conseguir alimentos usando ramas que deshojan para insertarlas en nidos de termitas y comerlas. También hacen amistades con otros miembros y hasta tienen memoria.
Pero convencer a la comunidad científica no fue fácil. Esta descalificaba sus investigaciones por no cumplir con los estándares que la ciencia tenía en aquel momento. Goodall tuvo que trabajar intensamente hasta tener un doctorado y fundamentar así sus revolucionarias investigaciones.
Un nuevo enfoque de estudio
Los estudios sobre la inteligencia animal y sus conductas comenzaron a sumar etólogos que se dedicaron a observar a distintas especies.
Frans de Waal, autor del libro “¿Somos lo suficientemente inteligentes para percibir la inteligencia animal?”, es uno de los referentes de este nuevo enfoque. Para el investigador, el asunto no es determinar si los animales son tan inteligentes como los humanos; sino cuestionarnos sobre una inteligencia universal.
Según esta visión, cada especie desarrolla su inteligencia de acuerdo a sus necesidades. ¿Cómo se explicaría sino la perfección matemática de este pez globo?
Para de Waal, que lleva tres décadas investigando el comportamiento animal, establecer escalas de inteligencias para estudiar a los animales es una concepción obsoleta.
La inteligencia de los animales está ligada al hábitat en donde viven y deben sobrevivir. Así, desarrollan capacidades que les permiten buscar alimentos, agua, alejarse de los depredadores, migrar en busca de alimento o por condiciones climáticas, incluso buscar parejas.
Se entiende que los animales han evolucionado para tener mayor adaptabilidad en sus entornos. Si un ser humano promedio se pierde en medio de un desierto es probable que no logre sobrevivir porque carece de las habilidades que requiere la supervivencia en este medio. De igual manera, si un animal del desierto es trasladado a una selva será completamente ajeno a ese lugar y quizás tampoco logre sobrevivir.
La paradoja de la inteligencia humana
Para algunos científicos, es un error suponer que unos animales son más inteligentes que otros y colocar al ser humano por encima de la pirámide.
Sin duda, los humanos tenemos razonamiento, tecnología, conocimiento científico, pero también una paradoja: somos la única especie animal que seguimos con conductas destructivas a pesar de saber que estamos destruyendo el planeta.
Y no estamos seguros de que nuestra especie logre sobrevivir. Los animales, en cambio, poseen el instinto de asegurar la continuidad de su especie.
Entonces, volvemos al inicio. Y establecer rangos de jerarquía de inteligencia animal suponiendo que nosotros estamos por encima de todas las especies dependerá de qué entendamos por inteligencia.
La inteligencia según la especie animal
Los científicos que adhieren a este enfoque sostienen que cada especie animal posee distintos tipos de inteligencia. Algunas desarrollan capacidades cognitivas superiores a las de otras, pero estarían relacionadas no solo con sus características biológicas y el tamaño de sus cerebros, sino también con sus necesidades de sobrevivir en cada entorno.
Por ejemplo, los chimpancés tienen lo que los científicos nombran como inteligencia social y crean complejas estructuras sociales. Para esto deben desarrollar primero una inteligencia individual que les permita adaptarse a la complejidad de su grupo.
En este caso, su inteligencia no está necesariamente ligada a la adaptación al entorno natural, sino a su capacidad de comprender a los miembros de su grupo. Esto les predecir las conductas de los demás para lograr integrarse.
Por otro lado, animales como los perros u otras especies de monos tienen un gran sentido de equidad. Son capaces de percibir situaciones que les resultan injustas. Esto pudo verse en pruebas donde se le daba un premio mayor a un animal por haber cumplido con la misma tarea que otro, quien suele reaccionar con molestia o enojo. Es decir, comprendía la injusticia.
Los elefantes son otro ejemplo de inteligencia animal. Son reconocidos por trabajar en equipo y se han observado muchas escenas de cooperación para rescatar a una cría que ha quedado atrapada en el fango o para mover objetos pesados.
Hay ciertas aves que esconden semillas en la tierra y luego de moverse por espacios muy grandes vuelven al lugar exacto en donde las depositaron. Y así la lista continúa. Cerdos, vacas, caballos, gatos, pulpos, delfines, peces; todos tienen conductas que muestran sus diferentes capacidades cognitivas.
Todavía queda mucho por descubrir
Los científicos que forman parte de esta nueva corriente coinciden en que aún no hemos sido capaces de estudiar la totalidad de las conductas animales y la inteligencia de cada especie.
Esto se debe a varias razones. En primer lugar, todavía hay algunos sectores en la ciencia que se niegan a reconocer la rigurosidad científica de estas investigaciones. Otro obstáculo es que cada vez es más difícil observar a los animales en su entorno natural porque están reducidos. Además, la alteración de sus ecosistemas también cambia sus comportamientos.
De todas maneras, este nuevo enfoque ha abierto un mundo de posibilidades para entender a los animales. Los humanos habitamos el mismo mundo, pero no hemos sido capaces de comprender sus lenguajes, por ejemplo.
Gracias al trabajo de etólogos y científicos vamos comprendiéndolos un poco más. Ojalá sea el paso previo para reconocerlos como sujetos con derechos. Tal como expresa Jane Goodall, no se trata de extender todos los derechos humanos a los animales, sino algunos básicos como el derecho a una vida sin torturas y a la libertad.