El consumo exagerado de este producto está generando daños irreparables irreparables a nuestro planeta. A pesar de lo difícil que pueda ser cambiar este hábito dañino, es necesario hacerlo.
La carne es un signo de bonanza. No por nada las familias menos favorecidas económicamente son las que más esfuerzo hacen para poner sobre la mesa un buen corte. Esto no es todo. En las partes más pobres del mundo la carne es realmente un lujo, tanto, que lo que prevalece es la desnutrición. En fin, si tienes la posibilidad de comer algunos filetes de ternera aunque sea una vez por semana, déjame decirte que eres bastante afortunado.
Pero justamente debido a su faceta elitista, el consumo de carne conlleva un alto porcentaje de exceso. Según un estudio llevado a cabo por la Universität Bonn, los países más ricos no sólo son los que más carne consumen, sino que lo hacen exageradamente, lo cual es insostenible. Como consecuencia de ello, son precisamente estos países los que más fomentan los malos hábitos, pues su volumen de consumo supera por mucho las necesidades de la totalidad de la población mundial.
Hay tres lugares en donde la carne es consumida en cantidades absurdas, a saber: Norteamérica, Europa y Australia. El estudio puso el foco en la ausencia de consumo crítico. Por ejemplo, un ciudadano europeo consume anualmente unos 80 kg de carne, más o menos, lo cual representa un 75% más de lo recomendado. Si no abandonamos este mal hábito, pronto nos encontraremos con un mundo irreversiblemente dañado.
Esa mala costumbre que nos tienta
La producción desproporcionada de carne que se realiza cada año requiere a su vez de una agricultura intensiva que a largo plazo es insostenible para la salud de nuestro planeta. Pero nuestra salud también está en peligro, puesto que consumir más carne roja de la recomendada incrementa el riesgo de contraer cáncer colorrectal y enfermedades cardiovasculares.
A su vez, la ganadería intensiva necesaria para la producción de carne a gran escala es muy peligrosa para el medio ambiente. Son muchos los factores a tener en cuenta, a saber: la emisión de gases de efecto invernadero (fruto del derramamiento de aguas residuales nocivas), el consumo de volúmenes inconcebibles de agua, la liberación indiscriminada de amoníaco, sustancia que tiene efectos devastadores debido a la facilidad con la que se disemina. El problema no es solamente que las partículas que se forman a partir del amoníaco contaminen el aire, sino que obstaculizan también la consecución de los urgentes objetivos climáticos que son parte de la agenda actual.
A partir de todo esto, la investigación realizada por el equipo de la Universität Bonn recomienda enfáticamente reducir el consumo de carne anual, al menos en 20 kg.
La producción de carne, en fin, implica un costo muy alto y ambicioso que no podemos subestimar. Debemos hallar una respuesta a este problema para los países más desarrollados, y una muy buena es diversificar el origen de las proteínas a través de dietas variadas y equilibradas.