Es realmente triste haberse acostumbrado al hecho de que el mundo esté en peligro. Los datos, además, manifiestan la dificultad de alguna posible recuperación.
La nostalgia del pasado no puede hacernos ignorar la realidad actual de que nunca será igual. Ahora nos toca pagar las terribles consecuencias de haber explotado todos los recursos sin mesura. Esto no es una cuestión exclusivamente de contaminación o crisis climática, sino que apunta sobre una cuestión que aún no hemos reparado en su importancia.
Nuestra casa está en peligro y no es cuestión de girar la llave y sentir seguridad. El peligro es peor de lo que imaginamos. Si nuestro nicho ecológico no es bueno, las consecuencias sobre la salud son inminentes y nada puede darse por sentado.
Los científicos han descubierto una cadena de desastres eventuales que preocupan en sobremanera.
Estamos ante una situación en la que muchos estamos tentados de reprochar “te lo dije” con un sabor amargo en la garganta. No se trata de un descubrimiento ni de una novedad. Tampoco hablamos de costos y gastos. Apuntamos a una disponibilidad limitada de recursos. No está en el análisis el largo plazo cuando en 2023 se avecina trágico para todo el mundo.
Desde Occidente pensar en padecer hambrunas resulta una pesadilla inalcanzable, pero lo cierto es que el hambre no es nada nuevo en el mundo; en muchos países catalogados como “en vías de desarrollo”. Lo lamentable es que parecemos habernos acostumbrado a este sufrimiento. La crisis que se espera es justamente alimentaria en países muy desarrollados. El problema es la falta de recursos.
Desde las limitaciones de nuestra libertad con el coronavirus hasta el fin de las posibilidades de recuperación en todos los frentes por la guerra en Ucrania. La palabra le pertenece ahora al jefe del Programa Mundial de Alimentos, David Beasley, quien se refirió al tema durante la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU el 19 de mayo.
Entre las cosas señaladas estuvo el tema del incremento en los costos del combustible dadas las restricciones que impuso el virus a los procesos productivos. Esta condición sólo se vio acrecentada con el conflicto que azotó a Ucrania. El tema es que con el aumento del combustible todo el sistema alimentario, que depende de ello, se ha visto perjudicado. Sin reemplazar los combustibles fósiles por recursos de sostenibilidad ecológica, el sistema entero está destinado al colapso.
Ucrania, como uno de los principales exportadores mundiales de trigo, maíz, aceite y cebada, ha quedado destruida. A esto se le suma el problema climático con sus repentinos desastres que arrasan cultivos alrededor del globo.
No es tiempo para medias tintas. Si estás preguntándote qué puedes hacer, la respuesta es reducir el consumo de carne y la explotación de la tierra destinada a grandes producciones, favoreciendo la rotación de cultivos. Lo más importante, y vital a esta altura, es utilizar cada vez menos combustibles fósiles, ahorrar y adherir a la revolución verde en la que debemos creer plenamente.
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